La justicia nunca me ha parecido un ideal, sino el suelo donde la libertad se atreve a crecer. Lo que me atrae de Fair3 no es la emoción de la innovación o la inversión, sino una fe más tranquila: la creencia de que la equidad en sí misma conlleva un tipo de valor sagrado, uno que debe demostrarse verdadero, no simplemente decirse en voz alta. Así que doné $ 200,000 a la Fundación Fair3, no para poseer, no para reclamar, sino para ayudar a que algo duradero eche raíces. Y sé que esta no será la última. Daré de nuevo, porque el trabajo de la justicia nunca termina; solo se profundiza. De eso, $ 5,000 se destinaron a las familias de quienes perdieron la vida en las protestas de Indonesia, personas cuyos nombres pueden desaparecer de los titulares, pero cuyas historias nos recuerdan que la injusticia nunca está lejos. Vive cerca, debajo de nuestra piel, hasta que elegimos enfrentarlo. Este no fue un acto de caridad, sino de solidaridad, un pequeño voto para mantener viva la equidad no como un eslogan, sino como una práctica. Porque la justicia, como el amor o la fe, no es un destino. Es algo que debemos elegir, una y otra vez, con ternura, con coraje y con las dos manos abiertas.