Apple, en mi opinión, ya ha alcanzado su cúspide. En los próximos cinco años, es probable que se supere. En la actualidad, Apple domina el mercado mundial de teléfonos inteligentes y ocupa una posición de influencia extraordinaria. Sin embargo, debajo de esa superficie de éxito se encuentra un claro estancamiento. Su ambicioso plan para desarrollar un Apple Car colapsó después de años de inversión desperdiciada. La compañía tampoco participó de manera significativa en la revolución de la IA, un paso en falso con el que realmente no puede ponerse al día ahora. Siri, una vez comercializado como un vistazo al futuro, sigue siendo dolorosamente rudimentario, capaz solo de respuestas simples y mecánicas. Sus teléfonos, lanzados año tras año con cambios insignificantes, reflejan una inercia creativa que se ha vuelto imposible de ignorar. Apple fue una vez una empresa definida por la innovación audaz. Quién recuerda cuando Steve Jobs tomó riesgos que redefinieron industrias enteras. La decisión de lanzar un teléfono sin teclado no fue simplemente audaz, sino visionaria. Hoy, esa audacia ha sido reemplazada por la cautela y la complacencia. Es inevitable que otra empresa, probablemente un ambicioso fabricante chino, se levante para cumplir con las expectativas insatisfechas que Apple deja atrás. Cuando eso suceda, la ilusión de la invencibilidad de Apple se desvanecerá y el mundo reconocerá que su era de innovación genuina terminó hace mucho tiempo.