Para ser perfectamente claros: durante la mayor parte de mi vida encontré a Elon Musk fascinante, visionario, intelectualmente honesto, un genuino impulsor de la curiosidad y la exploración humanas. Pero desafortunadamente había demasiadas personas que lo idolatraban mil veces más. Esta adoración acrítica, casi religiosa, sin rastro de escepticismo lo ha corrompido. Hoy vive dentro de una cámara de eco, rodeado solo de personas que no solo comparten sus puntos de vista, sino que adoptan todo lo que dice, sin importar cuán absurdo sea. Puedes verlo claramente en Twitter, donde innumerables cuentas masivas, algunas con millones de seguidores, pasan todo el día repitiendo sus opiniones, atacando a sus críticos e inundando la plataforma con basura de adoración de héroes generada por IA. Los recompensa con dinero y atención, y ellos a su vez le dedican todo su espacio mental. Es un nivel absurdo de culto a la personalidad, uno que corrompería a casi cualquiera. Sin embargo, sigue alimentándolo todos los días porque lo halaga y lo satisface. Tiene dinero infinito y, como cualquier otro multimillonario, todo lo que sucede en el mundo es solo un juego. Ya no se trata de dinero y, literalmente, solo de ego.