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Hoy, 31 de octubre, es la víspera de Todos los Santos.
**¿Qué es, exactamente?** Aquí hay una breve historia.
Es la vigilia del Día de Todos los Santos, una observancia católica muy apreciada que prepara a los fieles para honrar a la Iglesia Triunfante el 1 de noviembre.
Enraizada en la antigua práctica cristiana de mantener vigilias sagradas y moldeada por la evangelización de las tierras celtas, la festividad fue diseñada para honrar a los santos, trayendo la luz de Dios sobre las oscuras y antiguas prácticas.
No es una festividad pagana. Es una festividad católica que expulsó la oscuridad y repropuso el día con luz. No ignora ni rechaza la razón por la que se eligió esta fecha; abraza la verdad de que todas las personas pueden ser salvadas en Cristo, como eligieron ser los celtas.
No es “adoración” de los santos. Es una celebración de su sacrificio a Dios y de sus buenas y desinteresadas obras en Su nombre—un recordatorio para vivir más para Dios y menos para nosotros mismos.
La noche invita a la oración por las almas que sufren mientras anticipa la gloria de los santos. Las familias asisten a la Misa, encienden velas en las tumbas o ofrecen “pasteles de almas” en memoria de los muertos, recordando la costumbre medieval de orar por los seres queridos fallecidos.
La tradición de dar pasteles de almas a cambio de oraciones evolucionó hacia el moderno truco o trato.
Los faroles de calabaza—originalmente nabos o calabazas talladas utilizadas para ahuyentar a los espíritus malignos—fueron adaptados por los católicos para simbolizar la luz de Cristo atravesando la oscuridad del pecado y la muerte.
Las antiguas tradiciones sostenían que el velo entre los vivos y los muertos era delgado, requiriendo protección contra los espíritus malignos. Los católicos transformaron esto en una celebración que honra a los santos que nos han precedido.
Halloween es un umbral católico: una noche para confrontar la mortalidad con esperanza y para regocijarse de que “todos los santos” esperan a los fieles en la comunión de los santos.
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