Los hombres de verdad no persiguen el placer. Persiguen un propósito. El placer es barato y ruidoso. El propósito es silencioso y costoso. El placer te da dopamina ahora. El propósito te da un legado después. El peso más difícil que un hombre levantará es la verdad sobre sí mismo. Las mentiras son pesadas, especialmente las que nos decimos en el espejo. No puedes entrenar una mentira, ni esforzarte más que ella, ni orar para alejarla mientras la proteges. Si no eres implacablemente honesto sobre tus hábitos, tus motivos y tus excusas, construirás una vida sobre arena y la llamarás "libertad". Pruébate a ti mismo a diario: • ¿Serví a mi misión o a mis estados de ánimo? • ¿Elegí la opción difícil y correcta, o hice lo fácil y vacío? • ¿Qué hice hoy por lo que mi yo futuro me agradecería? Si las respuestas duelen, eso es bueno. Esa es tu brújula, no tu condena. Corta las escapatorias que roban tu ventaja, como el desplazamiento interminable, los videojuegos, los placeres vacíos y las mentiras convenientes. Reemplázalas con repeticiones que se acumulen, como el trabajo, el estudio, el servicio, la fe y la disciplina. Aquí está la paradoja: cuando persigues un propósito, los placeres correctos llegan como subproductos, como la paz, el respeto, la fuerza y el sueño. Persigue el placer y perderás los cuatro. Sé el hombre que elige la misión sobre el estado de ánimo, la verdad sobre el ego, la disciplina sobre la distracción. Asume tus horas. Asume tu historia. Elige el propósito hoy y sigue eligiéndolo mañana.
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