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Alexandre Walewski 🇫🇷🇵🇱
Europa occidental no necesita reemplazar a su población. Necesita reemplazar a su clase dominante.
La crisis no es demográfica sino moral y política. El problema no es que los europeos dejaran de tener hijos, sino que quienes los gobiernan dejaron de creer en su propia civilización. Las políticas sobre inmigración, familia y educación no están impulsadas por la necesidad, sino por la ideología, una ideología de sumisión.
Durante décadas, las élites occidentales han optado por importar mano de obra en lugar de fomentar la vida, subsidiar la dependencia en lugar de recompensar la creación y desmantelar la identidad en nombre de la tolerancia. Convirtieron a las naciones en mercados, a las culturas en mercancías y a las personas en estadísticas.
Europa no sufre por la ausencia de juventud; sufre de la ausencia de visión. El continente todavía tiene los medios para recuperarse: recursos, inteligencia y memoria. Lo que le falta es un liderazgo capaz de defenderlos. El reemplazo que Europa necesita no es biológico, sino político.
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El éxito económico de 🇩🇪 Alemania fue una estafa: simplemente fue subsidiado por gas ruso 🇷🇺 barato.
No fue brillantez económica, ni ingeniería extraordinaria, ni buena gestión. Era la ilusión de productividad construida sobre energía artificialmente barata y una estructura industrial que solo podía funcionar en esas condiciones. 
El "modelo alemán", elogiado por sus exportaciones, excedentes y disciplina, era en realidad un arbitraje energético: importar combustible barato de Rusia, convertirlo en productos manufacturados y venderlos con una prima al resto de Europa. La imagen moral de la eficiencia ocultaba una dependencia parasitaria.
Esto no fue el resultado de ingenieros geniales o una gestión sabia, sino de la complicidad política y la inercia económica. La industria automotriz vivía del diésel y los subsidios. La industria pesada prosperó porque el gas era casi gratis. Incluso la "transición verde" fue financiada por la misma columna vertebral fósil que decía reemplazar. Lo que Berlín vendió como virtud fue financiado por Gazprom.
Cuando se detuvo el gas, surgió la verdad. La productividad colapsó, las fábricas se trasladaron y el milagro económico se desvaneció como el humo. La supuesta rectitud de Alemania resultó ser nada más que una ilusión fósil: un imperio de energía barata envuelto en autocomplacencia moral.

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Europa occidental se ha vuelto comunista...
No de nombre, no en teoría, sino en la práctica, a través de una burocracia que controla, redistribuye y vigila todos los aspectos de la vida mientras pretende defender la libertad. El Estado ya no es dueño de las fábricas; es dueño del comportamiento. No se apodera de la propiedad; lo regula hasta que la propiedad pierde sentido. No censura; condiciona el discurso hasta que la autocensura sea automática. El nuevo comunismo es educado, digital y gerencial: un totalitarismo suave construido no sobre el miedo a la prisión, sino sobre el miedo a la exclusión.
Donde Marx prometió la dictadura del proletariado, Bruselas, Berlín, París y Londres entregan la dictadura del administrador. Cada individuo es un archivo, cada archivo un punto de datos, cada punto de datos una oportunidad de control. Los burócratas lo llaman "coordinación europea". Los economistas lo llaman "solidaridad". En verdad, es el borrado silencioso de la individualidad bajo el pretexto de la virtud colectiva. El ciudadano es reeducado a través de subsidios, incentivos y regulaciones, no para pensar, sino para cumplir.
La tragedia es que este nuevo comunismo no llegó a través de la revolución, sino a través de la fatiga. Occidente entregó su libertad voluntariamente, cambiando la responsabilidad por la comodidad. La gente ya no sueña con construir nada; Sueñan con ser gestionados de manera eficiente. El mercado todavía existe, pero funciona dentro de los límites morales definidos por el estado. Puede comprar, vender, hablar o viajar, siempre que sus elecciones sigan siendo compatibles con la higiene ideológica del sistema.
Europa occidental no necesitaba abolir el capitalismo para convertirse en comunista; solo necesitaba burocratizarlo. El resultado es una sociedad en la que todo el mundo depende del Estado pero lo desprecia, en la que la igualdad sustituye a la ambición y en la que la comodidad se ha convertido en el último ideal que queda. Un continente que alguna vez temió a la tiranía ahora teme la incomodidad, y ese miedo es la verdadera victoria del comunismo.
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